Oratorio San Felipe Neri, San Miguel de Allende
Puesto que un becerro de oro es el símbolo del más profundo paganismo resulta inquietante pensar que cada domingo centenares de católicos pudieran estarse arrodillando ante un altar que esconde la imagen de un ternero en una de las iglesias de San Miguel; el Oratorio de San Felipe Neri.
Una leyenda cuenta que por el año de 1910, cuando en el país estaba en plena rebelión, las iglesias eran asaltadas. Por esta razón, los sacerdotes del oratorio pensaron en una ingeniosa manera de esconder sus cruces y adornos de oro. Compraron un toro de exactamente un año de edad, lo disecaron y lo rellenaron con el tesoro, esto fue enterrado debajo del altar donde permanece hasta hoy día. Al menos eso es lo que dice la historia. No se ha encontrado ninguna evidencia válida más allá de los rumores.
El Oratorio tiene un estilo mucho más «indígena» que todas las iglesias del centro. Hace más de 250 años era una capilla india. Cuando los españoles pidieron a los indios que cedieran su iglesia a la orden de San Felipe Neri, ellos lo rechazaron por escrito. Cuando el pergamino fue abierto, toda la escritura había desaparecido y los indios pensando que era un milagro, cedieron.
La nueva congregación se fundó el 2 de mayo de 1712. Sus propietarios conservaron la fachada de la piedra rosada y construyeron otra en la parte sur, preservando la sensación india con insinuaciones barrocas. Una gran concha se extiende por encima de la entrada principal. Las puertas de madera talladas son originales y dignas de una cuidadosa observación. Arriba se encuentra, Nuestra Señora de la Soledad, la querida Virgen India.
Mucha de la magnificencia de la iglesia se ha perdido con los años, aunque remanentes de su antigua grandeza se pueden encontrar en los marcos dorados y algunos objetos hermosos: En un altar a la derecha del corredor está una pintura de Michael Cabrera del siglo XVIII y una galería contiene finos trabajos de otros antiguos maestros. Treinta y tres óleos representan la vida de San Felipe en términos severos, rígidos.
El oratorio tiene otra belleza que los visitantes pueden calificar de «excentricidad». Cerca de la estatua de San Martín de Porres hay humildes ofrendas de los fieles que necesitan urgentemente de un milagro o que se les ha concedido uno. La mayoría de las iglesias mexicanas tienen este tipo de ofrendas, pero el oratorio se distingue gracias a ellas. Hay partes de cordones, cintas, rosarios y baratijas. Cada uno revela la historia de una tragedia sufrida o evitada. Sería una blasfemia decir que son «de la suerte». La baratija más pequeña es amargamente hermosa. Como símbolos de la fe que ha preservado esta iglesia a través de los siglos, éstos, son los tesoros más grandes del Oratorio.
En este oratorio comienza la Peregrinación del Silencio el Viernes de Semana Santa.